lunes, 1 de junio de 2009

POR AMOR A LOS MALABARES.

Desde hace algunos años se ha vuelto costumbre encontrar artistas callejeros a diario en cada semáforo de Cúcuta, haciendo malabares, montando en monociclo y tragando fuego. Para mucha gente estas personas son un componente más en la ciudad, pero en realidad nadie se toma el tiempo necesario para ver la riqueza que se esconde tras estas personas, que ven en los malabares una cultura y también una manera de ganarse la vida.

Como propios caminantes estos personajes van de país en país, buscando alegrías inmediatas, con el propósito de conocer diversas culturas y hacer amistades, hechos que se convierten en el diario vivir de estos artistas.

La mayoría de estos artistas callejeros son extranjeros que en pocos meses han aprendido lo esencial para sobre vivir en la ciudad que eligieron como destino, aún así, se esfuerzan por ser comprendidos e intentan conseguir una plena integración en la sociedad.

Cúcuta no ha sido ajena a la visita de estos personajes, uno de ellos es Fermín, un Boliviano que lleva un mes y así como hoy esta acá, dentro de algunos días puede que se vea en otro lugar del país.

En su niñez nunca se vio haciendo malabares, por que su sueño en ese momento era ser policía, cosa de la cual se arrepiente por completo, por que es feliz haciendo malabares, divirtiendo a la gente y lo que más le gusta es conocer gran parte de Sur América y dejar buenas amistades en cada sitio que visita.

Ya hace cuatro años que trabaja en este mundo. Los dos primeros los ejerció en Bolivia, donde nunca le faltó el apoyo de la gente. Luego de dos años, la curiosidad por conocer nuevas culturas y estilos de vida lo llevó a mochiliar y a iniciar su travesía por el continente, y para sorpresa de muchos, su familia siempre lo apoyó y estuvo convencida de lo importante que serían estas experiencias en la vida de Fermín.

Al comienzo fue duro por que no era experimentado en ese tipo de travesías y paso muchas necesidades, pero siempre estuvo convencido de que eso era lo que quería hacer.

Durante su estadía en Cúcuta ha recibido el apoyo de la gente, que siempre acompaña la cultura, también ha tenido días muy difíciles donde la gente lo aplaude y lo anima pero no le colabora económicamente.

Su único enemigo es el sol, por que la permanencia durante tres o cuatro horashaciendo malabares en un semáforo lo obliga a insolarse.

En estos trabajos hay días buenos y malos. El lunes Fermín se gana aproximadamente $25.000 por una jornada de trabajo, mientras que el sábado “a la gente se le despierta el sentido cultural y de colaboración” y recoge $50.000, que le sirven para pagar las facturas de la residencia donde se hospeda, costear su alimentación y cuando hay dinero extra para comprar ropa.

Este artista sabe que esto no le proporciona una estabilidad económica, pero cree que es un estilo de vida y lo hace por amor a los malabares, disciplina que quiere desarrollar por tres años más y luego enseñar. Está convencido que así como un doctor se siente orgulloso de salvar vidas, los malabaristas se sienten felices de hacer arte.

Lo más gratificante en un día de trabajo de este artista es ver reír a un niño, sentir que se le esta brindando alegría a alguien es lo mejor que le puede pasar a Fermín, por que sabe que la mejor manera de vivir bien es sonriéndole a la vida a pesar de las dificultades y su mayor sueño es montar su propia compañía artística o por que no, un circo.

Así es la vida de estos personajes, una constante travesía por el mundo, y aunque muchos crean que ellos sufren y que no tienen nada más que hacer, no se sabe que esto es un estilo de vida, que escogieron por gusto y no por necesidad, aunque deben obtener ganancia para suplir sus gastos básicos, tienen una convicción absoluta sobre el poder y la energía que deposita en ellos el arte.

Los artistas callejeros también son un respiro para los hombres y mujeres que caminan por sus calles. Ya se sabe, no son grandes artistas, pero tampoco quieren ser menos.

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